Manual de conducta para profesores y alumnos
¿Podemos imaginar un mundo donde los alumnos amen a sus profesores? Marco Fabio Quintiliano fue un romano de Calahorra. Abogado, profesor, erudito, su Institutio Oratoria (95 d.C.) es una pieza importantísima de la cultura europea. Entre otras cosas, Quintiliano, que llevaba ya muchos años estudiando y enseñando, se permitió dar consejos de conducta a profesores y alumnos. Vale la pena leerlo hoy y mirar alrededor. Roma fue grande por estas cosas. Nosotros somos lo que somos, también, por no hacer estas mismas cosas.
Consejos para los maestros:
Asuma ante todo un espíritu de padre con respecto a sus alumnos, y piense que está en el lugar de aquellos que le han confiado a sus hijos.
No tenga vicios, ni los tolere.
No sea desagradable su actitud austera, no sea excesiva su familiaridad; no vaya a ser que nazca, de la una, odio, y de la otra, desprecio.
Hable mucho de honestidad y bondad, pues cuantos más avisos dé, menos castigará.
No se deje llevar nunca por la ira, pero tampoco deje pasar lo que debe corregirse.
Sea sencillo en su enseñanza, sufridor del trabajo; esté siempre cercano, pero no en exceso.
Responda gustoso a los que le preguntan; a los que no le preguntan, pregúnteles de repente.
En las alabanzas de las exposiciones de sus alumnos, no sea tacaño, pero tampoco exagerado, porque lo uno provoca disgusto con respecto al trabajo, y lo otro, autosuficiencia.
Al corregir lo que debe, no sea duro ni, mucho menos, amenazador; pues a muchos les aleja del propósito de estudiar el que algunos les repriman como si les odiasen.
Diga alguna vez, es más, muchas, y diariamente, cosas que sus oyentes guarden consigo. Aunque proporcione bastantes ejemplos sacados de la lección para su imitación, sin embargo, según se dice, la viva voz alimenta mucho más, y sobre todo la del maestro al que sus discípulos, si están bien educados, aman tanto como veneran. Es bien sabido cuánto más gustosamente imitamos a quienes amamos.
Consejos para los alumnos:
Después de hablar bastante de los deberes de los maestros, a los discípulos, entretanto, sólo les recomiendo esto: que amen a sus maestros no menos que a los mismos estudios, y crean que son sus padres, no físicamente hablando, sino en el plano intelectual.
Este deber hacia el maestro ayudará mucho al estudio, pues los escucharán mejor y creerán en sus palabras, y desearán vivamente parecerse a ellos.
Finalmente, vendrán contentos y entusiasmados a las reuniones de las escuelas, no se enfadarán cuando se les corrija, se alegrarán cuando se les alabe, y se dedicarán al estudio para ser los más queridos. Pues así como el deber de aquellos es enseñar, el deber de éstos es mostrarse dóciles. De lo contrario, una cosa no sirve sin la otra.
Y así como el hombre nace de la unión de uno y otro progenitor, y en vano se esparce la semilla si no la calienta el surco bien mullido, de la misma manera la elocuencia no puede desarrollarse si no hay concordia entre quien transmite y quien recibe.
Consejos para los maestros:
Asuma ante todo un espíritu de padre con respecto a sus alumnos, y piense que está en el lugar de aquellos que le han confiado a sus hijos.
No tenga vicios, ni los tolere.
No sea desagradable su actitud austera, no sea excesiva su familiaridad; no vaya a ser que nazca, de la una, odio, y de la otra, desprecio.
Hable mucho de honestidad y bondad, pues cuantos más avisos dé, menos castigará.
No se deje llevar nunca por la ira, pero tampoco deje pasar lo que debe corregirse.
Sea sencillo en su enseñanza, sufridor del trabajo; esté siempre cercano, pero no en exceso.
Responda gustoso a los que le preguntan; a los que no le preguntan, pregúnteles de repente.
En las alabanzas de las exposiciones de sus alumnos, no sea tacaño, pero tampoco exagerado, porque lo uno provoca disgusto con respecto al trabajo, y lo otro, autosuficiencia.
Al corregir lo que debe, no sea duro ni, mucho menos, amenazador; pues a muchos les aleja del propósito de estudiar el que algunos les repriman como si les odiasen.
Diga alguna vez, es más, muchas, y diariamente, cosas que sus oyentes guarden consigo. Aunque proporcione bastantes ejemplos sacados de la lección para su imitación, sin embargo, según se dice, la viva voz alimenta mucho más, y sobre todo la del maestro al que sus discípulos, si están bien educados, aman tanto como veneran. Es bien sabido cuánto más gustosamente imitamos a quienes amamos.
Consejos para los alumnos:
Después de hablar bastante de los deberes de los maestros, a los discípulos, entretanto, sólo les recomiendo esto: que amen a sus maestros no menos que a los mismos estudios, y crean que son sus padres, no físicamente hablando, sino en el plano intelectual.
Este deber hacia el maestro ayudará mucho al estudio, pues los escucharán mejor y creerán en sus palabras, y desearán vivamente parecerse a ellos.
Finalmente, vendrán contentos y entusiasmados a las reuniones de las escuelas, no se enfadarán cuando se les corrija, se alegrarán cuando se les alabe, y se dedicarán al estudio para ser los más queridos. Pues así como el deber de aquellos es enseñar, el deber de éstos es mostrarse dóciles. De lo contrario, una cosa no sirve sin la otra.
Y así como el hombre nace de la unión de uno y otro progenitor, y en vano se esparce la semilla si no la calienta el surco bien mullido, de la misma manera la elocuencia no puede desarrollarse si no hay concordia entre quien transmite y quien recibe.
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