Critica del director de elmanifiesto.com acerca del fracaso escolar
El Gobierno ha encontrado una fórmula mágica para solucionar el fracaso escolar: que los alumnos de primero de Bachillerato puedan pasar de curso con cuatro asignaturas suspendidas. De esta manera, el “fracaso escolar”, que se mide por la proporción de alumnos que completan (o no) sus estudios, sin duda disminuirá: todos estará en clase. El problema es que, entonces, ¿para qué sirven las escuelas, si es posible promocionar curso sin saber nada? El Gobierno, sin embargo, parece decidido a aplicar su táctica preferida: renunciar a resolver los problemas y, en vez de eso, decretar artificialmente su inexistencia. Resultado: los problemas caerán sobre nuestras cabezas.
La cosa es muy sencilla: para evitar que los estudiantes, desmotivados, abandonen la escuela, el Gobierno propone que sea posible promocionar, esto es, pasar de curso, con cuatro asignaturas suspensas, cuatro, en primer curso de Bachillerato. Pocos días antes, en un país sin duda muy lejano –Francia-, un presidente tal vez poco moderno –Sarkozy- abría el curso escolar proponiendo a educadores, padres y alumnos los valores del esfuerzo y el respeto. Son las ideas que circulan prácticamente en todas partes. Aquí, no: Spain is different.
Isabel San Sebastián, muy aguda, ha puesto en relación este episodio con otras muestras de talante del Gobierno Zapatero. ¿Presionan los inmigrantes islámicos con peticiones de más mezquitas? El Gobierno les contesta con la Alianza de Civilizaciones. ¿Plantea ETA una salida política después de haber llenado España de sangre? El Gobierno les propone un “proceso de paz”. ¿Se suben los separatistas a las barbas del Estado violando la ley a troche y moche? El Gobierno les muestra su amable disposición al pacto. Y de la misma manera: ¿Crece el número de estudiantes que passsan de exámenes y de dar el callo? Pues el Gobierno los deja pasar de curso por decreto y se acabó el problema.
Ideología de la renuncia
Aquí hemos llamado a eso alguna vez “ideología de la renuncia”. La “ideología de la renuncia” consiste en lo siguiente: ante un problema cualquiera, el sujeto no lo afronta para resolverlo, sino que directamente proclama que el problema no existe y monta las cosas de tal manera que el problema en cuestión se cronifica, convertido en realidad consolidada, pero ignorado en tanto que adversidad. ¿Deja por eso el problema de existir? Objetivamente, no: sigue ahí fuera, vivito y coleando, enturbiando las cosas. Pero, subjetivamente, uno vive como si el problema no existiera. ¿Cuánto tiempo puede uno vivir así? Eso depende de la entidad del problema. En todo caso, inevitablemente, el problema caerá sobre la cabeza del que ha renunciado a resolverlo.
Esta “ideología de la renuncia” es un rasgo característico de casi toda la izquierda occidental, pero creo que en ningún lugar se ha planteado con tanta simplicidad de líneas como en España. Es un proceso que nace de la crisis general de la izquierda a lo largo de los años ochenta: el paraíso soviético es un infierno atroz, la utopía igualitaria es imposible, con mercado se vive mejor que sin él, el “estado del bienestar” es demasiado caro para mantenerlo… A partir de ahí, la mentalidad de izquierda se enroca, se aísla, se hace autista o, más exactamente, solipsista. Era una vieja tentación –tan vieja como Lenin-: si la realidad no se ajusta al plan, tanto peor para la realidad. Hoy la izquierda experimenta el mismo desprecio hacia la realidad, pero ya no hay plan que la suplante, sino el mero voluntarismo de una colección de prejuicios convertida en “visión del mundo”, como en la asignatura de Educación para la Ciudadanía.
Las consecuencias de la audaz propuesta gubernamental en Educación –eso de los cuatro suspensos- son perfectamente previsibles: alumnos menos aplicados, porque nadie se lo exige; profesores más desesperados, porque cada vez pueden exigir menos a sus alumnos; padres más desconcertados, porque es difícil sacar adelanta a alguien acostumbrado a no dar ni clavo; una sociedad más embrutecida, porque el nivel de formación inevitablemente bajará. Y también una sociedad más engañada, porque las cifras de fracaso escolar, así tergiversadas, por supuesto que serán menores. Pero lo que realmente habrá fracasado es la escuela como institución.
El problema, como siempre que se renuncia a resolverlo, caerá sobre nuestras cabezas.
La cosa es muy sencilla: para evitar que los estudiantes, desmotivados, abandonen la escuela, el Gobierno propone que sea posible promocionar, esto es, pasar de curso, con cuatro asignaturas suspensas, cuatro, en primer curso de Bachillerato. Pocos días antes, en un país sin duda muy lejano –Francia-, un presidente tal vez poco moderno –Sarkozy- abría el curso escolar proponiendo a educadores, padres y alumnos los valores del esfuerzo y el respeto. Son las ideas que circulan prácticamente en todas partes. Aquí, no: Spain is different.
Isabel San Sebastián, muy aguda, ha puesto en relación este episodio con otras muestras de talante del Gobierno Zapatero. ¿Presionan los inmigrantes islámicos con peticiones de más mezquitas? El Gobierno les contesta con la Alianza de Civilizaciones. ¿Plantea ETA una salida política después de haber llenado España de sangre? El Gobierno les propone un “proceso de paz”. ¿Se suben los separatistas a las barbas del Estado violando la ley a troche y moche? El Gobierno les muestra su amable disposición al pacto. Y de la misma manera: ¿Crece el número de estudiantes que passsan de exámenes y de dar el callo? Pues el Gobierno los deja pasar de curso por decreto y se acabó el problema.
Ideología de la renuncia
Aquí hemos llamado a eso alguna vez “ideología de la renuncia”. La “ideología de la renuncia” consiste en lo siguiente: ante un problema cualquiera, el sujeto no lo afronta para resolverlo, sino que directamente proclama que el problema no existe y monta las cosas de tal manera que el problema en cuestión se cronifica, convertido en realidad consolidada, pero ignorado en tanto que adversidad. ¿Deja por eso el problema de existir? Objetivamente, no: sigue ahí fuera, vivito y coleando, enturbiando las cosas. Pero, subjetivamente, uno vive como si el problema no existiera. ¿Cuánto tiempo puede uno vivir así? Eso depende de la entidad del problema. En todo caso, inevitablemente, el problema caerá sobre la cabeza del que ha renunciado a resolverlo.
Esta “ideología de la renuncia” es un rasgo característico de casi toda la izquierda occidental, pero creo que en ningún lugar se ha planteado con tanta simplicidad de líneas como en España. Es un proceso que nace de la crisis general de la izquierda a lo largo de los años ochenta: el paraíso soviético es un infierno atroz, la utopía igualitaria es imposible, con mercado se vive mejor que sin él, el “estado del bienestar” es demasiado caro para mantenerlo… A partir de ahí, la mentalidad de izquierda se enroca, se aísla, se hace autista o, más exactamente, solipsista. Era una vieja tentación –tan vieja como Lenin-: si la realidad no se ajusta al plan, tanto peor para la realidad. Hoy la izquierda experimenta el mismo desprecio hacia la realidad, pero ya no hay plan que la suplante, sino el mero voluntarismo de una colección de prejuicios convertida en “visión del mundo”, como en la asignatura de Educación para la Ciudadanía.
Las consecuencias de la audaz propuesta gubernamental en Educación –eso de los cuatro suspensos- son perfectamente previsibles: alumnos menos aplicados, porque nadie se lo exige; profesores más desesperados, porque cada vez pueden exigir menos a sus alumnos; padres más desconcertados, porque es difícil sacar adelanta a alguien acostumbrado a no dar ni clavo; una sociedad más embrutecida, porque el nivel de formación inevitablemente bajará. Y también una sociedad más engañada, porque las cifras de fracaso escolar, así tergiversadas, por supuesto que serán menores. Pero lo que realmente habrá fracasado es la escuela como institución.
El problema, como siempre que se renuncia a resolverlo, caerá sobre nuestras cabezas.
Estimado Pablo:
ResponderEliminarGracias por haber hecho llegar este artículo en nuestro mundillo. Es muy interesante - y muy alentador - ver que hay gente que todavía se opone a la estupidez generalizada.