La herencia de Felix Rodriguez de la Fuente. -
Este apunte es para decirte que sigues aquí, Félix. Que nadie de los que tanto de admiramos, tanto te quisimos y tanto te lloramos te hemos olvidado. Ni te olvidaremos nunca. Fue una suerte compartir tu tiempo, tenerte como referente. Fue un lujo aprender todo lo que nos enseñaste y es un honor compartirlo ahora con los que te siguen a través nuestro.
En memoria del Dr. Félix Rodríguez de la Fuente.
La semana que viene se cumplen nada más y nada menos que 40 años (¡cuarenta ya!) desde la fatídica mañana en que te subiste, junto a parte de tu maravilloso equipo, a aquella maldita avioneta en Alaska. Fue el viernes 14 de marzo de 1980: el día en que cumplías 52 años.
Ibais a rodar la etapa final de la mítica Iditarod Trail: la carrera de trineos más dura del mundo. Tus perros: tus queridos y adorados perros. Nos habías anunciado una semana antes que estabas preparando una serie sobre ellos: seguro que habría sido fantástica.
Precisamente en las últimas imágenes que te grabaron para El Hombre y la Tierra apareces junto a ellos sobre la nieve, abrazándote al gran Teodoro Roa. Todo ello minutos antes de subirte con él y con el gigantón de Alberto Mariano Huéscar (tus dos cámaras de confianza: el corazón de la serie) a la Cessna 185 pilotada por el veterano Warren Dodson.
En la que iba a ser vuestra última toma, se os ve despegar perfectamente y alzar el vuelo en un nítido cielo azul, sin un solo nubarrón que hiciera presagiar la desgracia que os aguardaba: que nos aguardaba a todos.
Nadie sabe qué pasó, Félix. Sobrevolábais la tundra helada cerca de la aldea esquimal de Shaktoolik, junto a la costa ártica del Mar de Bering. El resto del equipo de TVE (Miguel Molina, Juan Mauricio Matías, José Fernández Jurado y Rafael Onieva) viajaba en otra avioneta y os vieron caer, pero no supieron explicar lo sucedido. Alguien aludió a un posible corrimiento de carga, a un exceso de confianza del piloto en el intento de aproximarse a la carrera. Un lamentable accidente, dijeron. ¡Qué desgracia más grande!
Tantas horas de vuelo a vuestras espaldas, tantas locuras cometidas a bordo de avionetas y helicópteros para llegar a los lugares más inaccesibles y trasladarnos a todos los espectadores el pulso de la vida en el planeta. Nunca olvidaré las imágenes de aquel temerario aterrizaje en el Cerro Autana de Venezuela que puso mis adolescentes vellos de punta. A los ojos de los que te seguíamos, parecías inmortal Félix. Sin embargo en aquella mañana helada de Alaska todo se acabó. Te fuiste para siempre.
La noticia de vuestra muerte la dio Radio Nacional de España al día siguiente. Era un sábado por la mañana. 40 años después lo recuerdo nítidamente: mi madre estaba preparando el desayuno y tenía la radio puesta.
Como el resto de fines de semana yo había quedado con mis compañeros del Club Los Linces de Adena (hoy WWF) que tú mismo fundaste para salir de excursión. Nos íbamos al monte a seguir tus pasos. Salíamos como tú nos enseñaste: pertrechados de prismáticos, cuadernos de campo, guías de aves, tubos de ensayo, pinzas, moldes de huellas, bolsitas de muestras y el resto del equipo que debía llevar al monte todo joven e intrépido naturalista. ¡Después de todo éramos tus linces!
Recuerdo como si fuera ayer que acababa de hacer la mochila cuando, al ir a la cocina a coger los bocadillos, me encontré a mi madre sentada en la silla con uno de ellos en la mano. Llorando. "¿Qué ha pasado?", le dije. "Acaban de anunciar en la radio que Félix ha muerto: en un accidente de avioneta".
Me senté. Los ojos al techo. La mente en blanco. Mi madre me besó en la frente. Sabía lo que significaba Félix para mí; sabía que se me acababa de partir el alma. Me levanté y me encerré en mi cuarto.
Allí estabas tú: en los pósters de las paredes, en una foto dedicada sobre la mesilla de noche ("A mis amigos coleccionistas de los cuadernos de campo"), en los libros de la estantería, en los casetes de "La aventura de la vida" grabados con tu voz. Y en mi corazón y lo más profundo de mi alma: donde sigues estando, donde estarás siempre.
Tras la llegada de vuestros restos a España, los diarios recogieron las declaraciones de tu mujer, Marcelle, que como tus tres hijas, Mercedes, Leticia y Odile, quedaron destrozadas con tu temprana pérdida. "Me gustaría mucho -dijo entonces- que alguien continuara su labor. Él creó una escuela y ahora no vamos a cerrarla, aunque el director ya no esté. Él sembró para que otros siguieran sembrando. Tenía mucha fe en la juventud española y estoy segura de que alguien seguirá su mensaje".
Y así ha sido, amigo Félix. Así ha sido.
Todos los niños a los que formaste, todos aquellos jóvenes en los que sembraste el germen del amor a la naturaleza y del respeto a los animales, seguimos con la siembra. Cada uno desde su lugar, cada uno a su manera, pero todos con una voluntad que nos une: la de mantener viva tu memoria y seguir trasladando a las generaciones venideras tu mensaje; un mensaje de amor a la naturaleza y los seres vivos que nos vincula íntimamente al planeta y nos compromete a cuidarlo.
Unos como biólogos, otros como veterinarios, ecólogos, guardabosques, ingenieros forestales, ambientólogos, investigadores, ecologistas… la mayoría como naturalistas o simplemente como amantes de la naturaleza en su amplio espectro. Algunos incluso nos atrevimos a ir más allá y seguimos tu labor como divulgadores ambientales, siendo tu hija Odile una de las mejores de nosotros.
Hace unos días, mientras daba una charla en un aula de secundaria, te cité como ejemplo de entrega a la naturaleza y al cuidado del planeta. Ningún niño supo quién eras, Félix, pero la profesora les hizo que si con la cabeza. ¿Sabes por qué? Porque aquella profesora era uno de los nuestros, de los tuyos, y les estaba educando en ello.
Aquellos chavales me demostraron con sus preguntas que estaban preocupados por el cambio climático, por el aumento de las basuras, la contaminación del aire y el deterioro de la naturaleza: lo que tú ya nos enseñaste en los años setenta. Por eso estabas en ellos sin que ellos alcanzaran a saberlo. Tu mensaje estaba en su interior, había calado en su corazón y en su mente. Estas aquí, Félix: tu labor sigue a través nuestro.
Odile Rodríguez de la Fuente acaba de publicar el libro "Félix, un hombre en la tierra" con la editorial GeoPlaneta en el que recoge el pensamiento del legado de su padre como humanista, naturalista, ecologista y comunicador, y se pone de manifiesto la vigencia de su mensaje.
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